viernes, 4 de marzo de 2011

La novela policial y juvenil


Por María Brandán Aráoz

Para algunos críticos las novelas policial y juvenil son las parientas pobres de la Literatura. Otros van más allá y directamente les niegan supervivencia; a su juicio, ninguna de ellas tiene cabida en el mundo de las Letras, son considerados meros divertimentos escritos.

Para desventura de sus detractores, las novelas policial y juvenil están vivas y coleando, gozan de innumerables lectores y, sobre todo, cuando ambos géneros se alían en uno solo: la novela policial juvenil.

Tienen hoy sus fieles seguidores, como los han tenido en otras épocas Poe, Stevenson, Conan Doyle, Chesterton, Agatha Christie y Enid Blyton, por citar sólo algunos ejemplos. Borges y Bioy Casares también las rescataron del latrocinio y el anonimato incluyéndolas en su magnífica colección del Séptimo Círculo que, además de adultos, contaba con miles de entusiastas lectores juveniles.

La novela policial juvenil hace caso omiso de críticas fatalistas o emponzoñadas y prosigue su exitoso camino en el mundo de las Letras. Eso sí, respetando las leyes y peculiaridades del género.

Los secretos de la trama

Pese a estar unidas y apuntar a objetivos comunes: entretener y enigmatizar, ambas tienen sus diferencias. La novela policial juvenil no necesariamente transcurre alrededor de un crimen, como su hermana mayor destinada a los adultos. En la mayoría de los casos no hay un asesinato y la consecuente búsqueda del culpable, sino un delito criminal y, eso sí, varios posibles sospechosos. El argumento tampoco cultiva el más puro estilo de la novela de enigma o novela negra, sino más bien una mezcla equitativa de ambas.

El policial juvenil se condimenta con el suspenso, las aventuras y desventuras de los personajes, y el entramado de sus relaciones. Algo que para los jóvenes lectores es tan importante como la incógnita misma porque les permite identificarse con aquellos y vivir sus aventuras y desventuras con igual desenfreno.

El misterio por resolver es la columna vertebral de la novela, el eje central alrededor del cual giran las demás historias de los protagonistas, los criminales, los personajes secundarios y los circunstanciales. Como tal, el enigma tiene una férrea estructura en sí mismo, con principio, nudo y un desenlace esclarecedor. Ningún cabo debe quedar suelto, salvo que el autor se proponga un final abierto con miras a una posible continuación. En el transcurrir de la acción, el suspenso juega un papel fundamental, sin él no hay novela policial juvenil que valga. La misión del novelista es tener al lector joven suspendido de un hilo, para llevarlo y traerlo a su antojo en las vicisitudes de la trama; enredarlo, conducirlo y aprisionar en todo momento su interés. Para lograr su propósito, cada fin de capítulo debe terminar en una incógnita que sirva como acicate para lo que vendrá. Una incógnita que no se devela, claves, huellas, sospechas que el lector se esforzará por retener para ir armando el rompecabezas final. “Si está terminando un capítulo y un personaje tiene que atacar a otro, concrete la acción en el siguiente”, recomendaba Bioy Casares, un maestro del género,”así el lector siente la necesidad imperiosa de dar vuelta la página.”

Las pistas diseminadas a lo largo de la trama deben ser verdaderas (o al menos creíbles) y al mismo tiempo desechadas por casi inverosímiles, porque han sido puestas de tal modo que en lugar de aclarar siembran continuas dudas y confusión en el joven lector.

En este juego de velar y develar, el autor de la novela policial juvenil, debe poner el acento sin que se note, presentar los hechos reveladores de forma tal, que el lector se vea obligado a pensar más de dos veces para interpretarlos correctamente; a poner en juego toda su astucia e imaginación para adivinar la identidad del delincuente o el modo en que éste llevó a cabo su delito. La idea es contar con un lector cómplice y detective y no subestimarlo jamás. Pensar siempre, que es más inteligente que el autor mismo.

En medio del rompecabezas de la trama y la resolución del misterio, corren las demás historias paralelas y cotidianas, los placeres juveniles, los diálogos que ayudan a que la acción avance (y nunca se detenga), y sirven para potenciar al máximo el misterio que viven los protagonistas. Personajes centrales y conductores de la trama de ficción policial.

Los protagonistas-detectives

Involucrados voluntaria o involuntariamente en la acción, los detectives encargados de develar el misterio suelen ser adolescentes tan ansiosos por descubrir el delito como por delatar a los criminales. Aquí se le plantean al autor algunos problemas.

En primer lugar: los detectives adolescentes no son (ni deberían ser) héroes súper poderosos o personajes maniqueos que todo lo pueden.

Además, carecen de métodos sofisticados para resolver complejos enigmas (salvo que se empaste el género recurriendo a la magia o a la ciencia ficción).

Muchas veces, los detectives son a la vez las víctimas de la novela; en su devenir resultan atrapados en mil peligros, corren riesgos y no cuentan con la ayuda de los adultos responsables, reacios por principio, tanto a creerles como a permitirles intervenir en semejantes locuras.

Como en todo policial, siempre hay un o una líder del grupo. El detective y sus amigos, siempre encontrarán la forma de meter las narices en lo que no deben; enterarse de lo que quieren; investigar donde no pueden y, como en toda novela policial juvenil que se precie, salir casi indemnes (con alguno que otro rasguño sumado al reto adulto posterior). Por añadidura, desentrañarán el misterio por sí mismos.

El paso siguiente: detener a los criminales, estará a cargo de alguna autoridad policial o adulto responsable que encarnará el rol de la ley. Las artes del detective protagonista no deberían llegar a tales extremos. Aunque hay contadas excepciones en novelas para adolescentes mayores.

La atracción principal para el lector es, precisamente, que los detectives juveniles sean adolescentes comunes y corrientes, con todas las debilidades, fortalezas, angustias y conflictos propios de su edad. Si los protagonistas son tan humanos como el lector mismo (con algunos rasgos idealizados), la identificación logrará su cometido.

En lo personal, juzgo importantísimo que los protagonistas vayan evolucionando a la par de la novela. Después de haber pasado por determinadas experiencias de riesgo, ningún adolescente, ni ser humano, sigue siendo el mismo. El crecimiento de los personajes, he ahí donde reside uno de los meritos principales del libro. Lograr que los protagonistas se superen dentro de la novela y a través de las sucesivas entregas de una zaga, es fundamental. De lo contrario, se transforman en simples marionetas al servicio de una acción, meros instrumentos para resolver el misterio, y no chicos de carne y hueso que cambian año a año, se van reafirmando o despojando de distintos rasgos de su personalidad.

En cuanto a los sospechosos y delincuentes pueden o no tener diferentes facetas, pero el crimen siempre será condenado, y la violencia no debe regocijar a nadie, sino ser entendida como un acto maligno y perverso que merece censura y castigo. Aún cuando se elija un desenlace abierto donde alguno de los criminales pueda escapar a su destino.

A mi juicio, una novela policial juvenil tiene que dar cabida a los valores, como también están presentes los anti valores, y los autores que escriben para chicos de doce años no deberían eludir la responsabilidad de mostrar ambas caras de la verdad. Identificar el crimen y su posterior condena, no va en detrimento de la trama, más bien permite alimentar la idea de verdad y justicia, crimen y castigo, que afamados autores como Verne, Conan Doyle , Stevenson, Chesterton y Twain, entre otros, nos tenían tan acostumbrados.

El final sorpresa

Es lo más difícil y lo más valorado en toda novela de misterio policial. Dilatar al máximo la resolución del enigma, cubrir los últimos capítulos con un manto de sospecha y descubrirlos poco a poco, debería ser una exigencia indiscutible para todo buen autor del género.

Una investigación seria, no casera ni a vuelo de pájaro, una resolución que no deje cabos sueltos, y hasta una vuelta de tuerca que sorprenda al lector más avezado, son requisitos indispensables para que el lector adolescente quede preso en las redes de la novela policial juvenil.

Un desenlace justo y feliz es algo que los chicos valoran y agradecen. Un final que cierre el interrogante del principio, y que las demás historias paralelas también tengan su necesaria catarsis: los conflictos de los protagonistas, sus vicisitudes amorosas, amistosas, y hasta el período cronológico en el que transcurren los hechos: las vacaciones, una etapa escolar, un viaje...
Aunque siempre habrá cosas que no se digan, retazos de historias que no se sabe cómo terminarán, secretos que no se develen del todo y algo o mucho para imaginar después de cerrar el libro. Así, una vez terminada esa novela, el chico se quedará con ganas de seguir leyendo.

María Brandán Aráoz es autora de la saga de Detectives..., Refugio Peligroso y Misterio en Colonia.

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