lunes, 13 de julio de 2009

Escuela de Salto en Clarín

Encuentros entre los escritores y sus "pequeños- grandes" lectores

Educadores y editoriales organizan diálogos entre los autores y los chicos.

Por: Ana Prieto
Fuente: ESPECIAL PARA CLARIN

Lo que me gusta de los libros es que puedo imaginarme los lugares y los personajes como yo quiero", le dijo un nene de 10 años a la escritora Norma Huidobro, sintetizando la libertad fascinante que descubren los chicos que se acercan a la literatura. Para favorecer ese acercamiento, maestros, editoriales y programas educativos organizan encuentros entre autores y pequeños lectores. Y aunque la expectativa ante "la llegada del escritor" suele parecerse de escuela en escuela, ni éste ni los chicos pueden anticipar lo que va a pasar. Lo que sí es seguro es que el escritor perderá parte de su misterio: "A veces los chicos se sorprenden al encontrarse a una persona común y corriente. Algunos me dijeron que esperaban verme llegar en limusina y otros hasta preguntaron si cuando salía tenía camarógrafos esperando en la puerta de mi casa", cuenta Andrea Ferrari, autora de También las estatuas tienen miedo. "Hace poco, la directora de una escuela de capital estaba pasmada al verme", relata Franco Vaccarini. "Me dijo que esperaba a un escritor de barba, viejo y muy ceremonioso. Cuando me presentó a los chicos, les dijo: "¿Ustedes también esperaban a un señor de barba blanca?" Un nene le respondió: "No, profe, ¡si está la foto en el libro!". Con Silvia Schujer se armó una picaresca: "Un día fui a un séptimo grado en el que habían leído Oliverio juntapreguntas y cuando llegué la maestra dijo: 'Bueno chicos, aquí tienen a la autora de Oliverio, para que vean que los escritores son de carne y hueso'. '¡Más bien de hueso!', dijo un chico desde el fondo, tras comparar mi magra anatomía con la voluptuosidad de quien tiene un nombre tan parecido al mío: Silvia Süller".

Tras los saludos, vienen las preguntas. Una maestra de primer grado presentó a Carlos Sylveira como el autor nada menos que de treinta libros y una nena quiso saber, muy seria, si Sylveira los había leído todos. Al marplatense Mario Méndez lo recibió no un aula, sino una escuela completa de Salto, en la provincia de Buenos Aires. "Emocionadísimos con el micrófono, me preguntaron qué me había inspirado, si me gustaba escribir de chico, si pienso seguir escribiendo. De pronto a uno de primero se le ocurrió algo importantísimo: levantó la mano y preguntó con su sonrisa toda sin dientes: '¿Vos ya escribís en cursiva?' Y es que esa era su meta: pasar de la imprenta a la cursiva. Le dije que lo estaba intentando." A Schujer un nene le preguntó si se le cansaba la mano: "Por suerte me di cuenta que la preocupación del chico tenía que ver con que pensaba que el autor escribe, no un original, sino todos los libros, uno por uno", cuenta. "En este sentido –sigue la autora– otra pregunta preciosa fue: '¿Cómo hacés para que la letra te salga tan parejita?'".

Sorprendidos ante la falta de solemnidad del escritor Pablo Ramos, los chicos de la escuela Fishbach se le acercaron cuando terminó de leer el último capítulo de El sueño de los murciélagos. Uno de ellos, el más lector según la definición de sus compañeros, se le paró enfrente y le soltó: "Somos buenos pero ignorantes". Ramos lo abrazó y le regaló un ejemplar de su libro. El chico, en el último año de primaria, lo miró y le dijo: "Qué lástima, ya lo leí".

Comentarios y preguntas hay de todo tipo, "suele haber algunas que se repiten", cuenta Graciela Sverdlick, autora de El hombrecito de la valija: "¿Cómo se te ocurrió? ¿Vos hacés los dibujos? ¿Por qué tiene ese nombre el personaje?"

"Las preguntas se repiten –dice Luis María Pescetti– pero nunca son en vano. A los chicos les interesa ver que no hay magia en esto de inventar; quieren entender el mecanismo". El autor de la saga de Natacha suele llevarles la cocina de sus libros: "Siempre que uno pueda es muy lindo testear escritos inconclusos con ellos, no estilo focus group, sino de manera abierta y transparente. A veces se van al cuerno con sus propuestas, pero yo a lo que atiendo es a la intensidad emocional con que dicen las cosas".

Además, están los chicos que escriben y lo cuentan: "¿Querés que te muestre mi cuaderno de poesías?", le preguntó un nene de San Luis a Norma Huidobro. "Le dije que sí y corrió a buscarlo. Eran poemas de amor. Y los daba a leer con orgullo, sin el menor asomo de vergüenza. Quedé maravillada". Más que escribir, otros quieren que los escriban: Mientras Vaccarini firmaba libros, Facundo, de quinto, le ofreció un peso "para que no lo olvidara". Como no lo aceptó, insistió: "Entonces ponele mi nombre a un personaje". "En una de esas colas de firmas" recuerda Sverdlick, "los chicos se entusiasmaron tanto que después de que les firmé siguieron pidiendo firmas a la promotora de la editorial, a su maestra, a uno de séptimo, al portero y a toda persona que se les cruzaba. ¡Terminó en una cacería de autógrafos!"

"Los chicos no tienen problemas en decir qué les gusta y qué no", dice Ferrari. Y es que, a diferencia de los adultos, ante un escritor no se ponen ni solemnes ni pudorosos, ni pierden esa espontaneidad indispensable para disfrutar de la lectura.

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