viernes, 23 de abril de 2010

En la lengua se juega la identidad, por Angela Pradelli

Todo buen profesor sabe que, en el aula, cuando el lenguaje circula con vida entre docentes y alumnos, se construye una visión del mundo sostenida en la subjetividad de cada uno. La libertad es entonces la herramienta clave del aprendizaje, señala la docente y escritora Angela Pradelli.

Hace cinco años, en el marco del Congreso Internacional de la Lengua Española que se celebró en Rosario, escuché a un poeta, el escritor nicaragüense Ernesto Cardenal, afirmar respecto a la muerte de las lenguas: "Cuando una lengua desaparece, no son sólo palabras las que se pierden. Cuando se muere una lengua, es una visión del mundo lo que desaparece". Partiendo de Cardenal, podemos llegar también a la otra orilla y preguntarnos: para que la lengua viva en las aulas, ¿qué es lo que se enseña y qué se aprende?

Los profesores, en nuestras clases, tenemos que valorar la vacilación de la lengua como algo sagrado, preservarla en lo insondable de la materia que enseñamos. Escribir una oración breve puede ser una operación compleja y dificilísima. Se ponen en juego no sólo la circulación de las palabras, también los silencios, las jergas, la cadencia, el fraseo. El lenguaje corre allí con su energía creadora. La polisemia de la lengua es casi permanente: es imposible hablar sin matices, es imposible desatender a la vitalidad de ciertas frases y tonos. Los acentos de un poema nos revelan un mundo y nos ocultan otros. La intensidad de una prosa que nos afecta puede perturbarnos.

Los alumnos que leen y escriben poesía en el aula se acercan al secreto más misterioso de la creación. Cuando los estudiantes elaboran argumentaciones y construyen relatos hablan también, siempre, de su propia identidad. Vivimos en un mundo que se desborda de señales, que está repleto de mensajes. Cada gesto, cada color, las posturas, incluso los silencios tienen algo para decirnos.

Pero necesitamos las palabras para cargar a cada uno de ellos de cierta significación. El punto y las comas marcan la respiración de nuestras enunciaciones. Cuando los alumnos construyen sus textos, orales o escritos, deciden también, en la compleja red de la sintaxis, dónde acontecerán sus propios silencios. En la construcción de textos los silencios ya no son sólo límites del lenguaje. En el silencio se oye el eco de la palabra que está presente incluso allí, en su ausencia.
El lenguaje tiene reflejos a partir de los cuales se instala en la creación. Los discursos que acontecen en el aula, los discursos de los otros y los propios, laten en la capacidad de su propia invención. Nada queda fuera: los enunciados de los medios, las conversaciones entre amigos y con las parejas, los mensajes de las autoridades de la escuela, la historia, la filosofía, el cine, la matemática, los blogs, el chateo, los muros del Facebook, los mensajes de texto, las canciones.
Nuestros enunciados, personales y también sociales, nuestros discursos amorosos, profesionales, los diálogos entre alumnos y docentes, cualquiera de nuestros discursos opera sobre una gramática compleja y traza un mapa de nuestra subjetividad. En los pliegues más remotos de nuestra intimidad hay elementos sociales y públicos que inciden en ella y la determinan. Es imposible no oír las distintas lenguas que circulan dentro de la misma lengua.


La riqueza de una clase puede ser ilimitada si valoramos los espacios de los diálogos "interlinguales". La capacidad del lenguaje es tremenda. Por la lengua construimos una mirada personal sobre el universo, nuestra propia humanidad depende de nuestras palabras.

La respuesta a qué se enseña y qué se aprende en las clases de lengua la encontramos también en aquel poeta nicaragüense cuando en Rosario habló de la vida de las lenguas. Hacia allí van los aprendizajes, hacia la construcción de una visión del mundo. En el aula, cuando el lenguaje circula con vida entre alumnos y profesores -en las bocas, los cuadernos, las pantallas- se construye, sobre todo, una visión del mundo.

Aunque por momentos, o quizás por eso mismo, el lenguaje se ponga imposible y nos haga balbucear a todos con una lengua de trapo. "Tropezamos, dice George Steiner, en ocasiones visceralmente con impalpables pero rígidos muros de lenguaje. El poeta, el pensador, los maestros de la metáfora, hacen arañazos en ese muro. Sin embargo, el mundo, tanto dentro como fuera de nosotros, murmura palabras que no somos capaces de distinguir."

La intensidad de las palabras que se dicen puede ser tan potente como el vigor de las palabras que se callan. Los que hemos hecho de la lectura y de la escritura los ejes de los aprendizajes, construimos las clases sobre estas dos columnas que nos sostienen y nos permiten atravesar con nuestros alumnos los umbrales siempre infinitos que nos internan en el nervio de las palabras, en la ambigüedad, y también en la música, los sonidos y en el silencio.

http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2010/04/21/_-02185227.htm

viernes, 5 de marzo de 2010

La misteriosa figura del lector

http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2010/03/03/_-02151712.htm

Montar una biblioteca es una labor tan sofisticada como trabajar en la trama de una novela, sostiene Matías Serra Bradford, quien en esta nota se dedica a hacer el elogio de ese personaje enigmático, solitario y exquisito que es el lector.

No dejan de asombrar las atenciones y cum­plidos que reciben escritores de toda laya, sabiendo que un lector es mil veces más misterioso –menos evidente– que un autor.

De un lector no quedan huellas, o son muy te­nues: un nombre, un balneario y una fecha en la primera hoja del libro, algunos subrayados arbitra­rios, apuntes en las páginas de cortesía. Pero para conocer a un lector no basta con enterarse qué libro ha leído, ni basta con dos o diez; hace falta un ras­treo de vaivenes y virajes durante años, husmear las particularidades de la constelación que consiguió armar. Entonces, sí, habría "obra" en un lector: la biblioteca personal. En esos estantes se gesta la au­tobiografía, redactada por otros, de un lector, y la tarea que exige montar una biblioteca y cultivarla es de una sofisticación semejante a la de un escritor que trabaja en pos de una trama.

En un lector –cuando oímos esta palabra se da por sobreentendido que se trata de un lector de literatura– interviene la formación de un gusto, que se nutre, precisamente, de los ecos que se originan en la cámara secreta de su biblioteca, el modo en que un libro o un autor conducen a otro, y otro y otro.

En un escritor, en el mejor de los casos, hay un perfeccionamiento técnico; el gusto parece estar definido de antemano y a perpetuidad, por facto­res que están dentro y fuera de lo estrictamente literario.

Es por demás enigmático el personaje que se construye un lector, la imagen que proyecta de sí mismo, dentro y fuera de su biblioteca. (Es mucho lo que se decide antes y alrededor de un libro, y no en él.)

En un escritor, si es mediocre, lo que escribe es su peor autorretrato. Los libros que se publican son una sucesión de fracasos; los que se leen pueden volverse refugios, rescates.

Hay otras comparaciones posibles entre lecto­res y escritores, que desfavorecen a estos últimos una y otra vez. Lo confirma el hecho de que los libros más interesantes –más duraderos– de mu­chos narradores (J.M. Coetzee y Martin Amis, por poner ejemplos actuales) son aquellos en los que se muestran con atuendo de lectores y resultan mejores críticos que novelistas. Fue un lector, en definitiva, oficiando de lector y llevando ese papel hasta el límite, el que refundó la literatura en el siglo XX: Borges.

Es una rara, interminable investigación la que emprende un lector a lo largo de su vida. "Ese mi­lagro de la vida múltiple", anotaba Cristina Campo, "que a fin de cuentas no es otra cosa que la felici­dad a la que aspira el lector". Este no sólo vive todas las biografías que quiere sino que puede ser –en potencia, en su fantasía– todos los escritores que quiere; un autor, en cambio, escribe lo que puede. En un mismo lector, las reacciones y reinvenciones varían al infinito. Un escritor es sólo parecido a sí mismo, irreversiblemente. No convendría, tampo­co, subestimar el poder del recelo de un lector, su indomable sentido de propiedad. De allí que con no poca frecuencia calle sus lecturas y que, al con­trario de la mayoría de los escritores, intente pasar desapercibido.

El enigma del tiempo corre para todos, pero sobre todo para lectores maniáticos: ¿habrá lugar para leer esto y aquello, y esto otro? Y así sucesiva­mente. Secretamente, un lector cree en una vida más larga a medida que obtiene los libros que jura necesitar, o aquellos que considera ideales. Acaso de la falta de tiempo provenga lo que a veces un lector termina por anhelar: sacarse un nombre de encima, dar a un autor por visto, borrarlo. Tal vez el tiempo conjure contra las segundas lecturas, re­huidas, además, por el temor a embarcarse hacia una gran decepción. Un lector de esa estirpe no es sino extremadamente supersticioso, por momentos entregado a la creencia de que mientras lea sucede­rán cosas (fuera del libro) sólo si sigue leyendo. Si un lector así encuentra y acopia tantos libros –esos y no otros– es porque cree en algo (en algo, sobre todo, para sí mismo). No es extraño que a menu­do sienta que ha pasado treinta años leyendo para aprender a leer, para empezar a leer.

Uno de los acontecimientos más usuales y mis­teriosos es que alguien, como se da en la genera­lidad de los casos, deje de leer tan temprano. El motivo por el que una persona, casi por distrac­ción, abandona una herramienta preciosa que lo cautivó durante los primeros años, perdura como una incógnita insondable. Estamos rodeados de lectores-Rimbaud, que han abandonado la lectura poco antes de los veinte años para después consa­grarle su tiempo al tráfico de armas: la televisión escandalosa, el cine catástrofe, los mensajes de texto, el celular recargable. Curiosamente, a veces la deserción es efecto del sismo que producen los buenos libros, de la amenaza de "los grandes li­bros": el caso del lector, digamos, que intentó con Kafka o Paradiso de Lezama Lima, lo abandonó por hastío y creyó que la vida de "la verdadera lite­ratura" le estaba vedada para siempre. Se conocen las consecuencias manifiestas de la lectura, en el Quijote o Madame Bovary . Lo que se desconoce son las secuelas y las derivaciones de la lectura en el común de los mortales, y lo que es imposible de explicar es una adicción que no se parece a ningu­na: la de estar constitutivamente imposibilitado de renunciar a la cacería de libros.

Hay antecedentes notables de plumas que bus­caron ahondar y dilucidar diversas vetas de la ma­teria: Borges, Blanchot, Barthes, y más acá Alberto Manguel y Ricardo Piglia. Pero nada va a superar, como retrato de dos lectores y sus destinos cruza­dos, el Borges de Adolfo Bioy Casares.

La lectura es el último lugar privado. Se pue­den contar sus síntomas y fenómenos exteriores, pero el castillo íntimo de la lectura –ese momento de silencio agazapado entre un animal y su pre­sa– permanecerá inaccesible hasta el fin de los tiempos. A riesgo de plasmar una acrobacia retó­rica impostada, podría confesar lo siguiente: me interesa más saber quién es el otro (por eso leo todo lo que puedo) que saber quién soy (por eso escribo lo menos posible).

lunes, 15 de febrero de 2010

Recomendados de febrero


Giardinelli, Tempo. Gente rara

Mempo Giardinelli conoce cómo desvanecer la amargura, quizás el destierro le ha enseñado a soportar eso y aun más; tal vez el arte, el gran artista que hay en él, le hace transformar las cosas adoloridas en una literatura hondamente creadora de optimista resignación.

Devetach, Laura. La construcción del camino lector

Este libro ofrece una propuesta de formación lectora para quienes se encuentran interesados en la lectura, la escritura y en contagiar a otros estas prácticas liberadoras de la palabra, la imaginación y la cultura. En él, la autora narra su propia experiencia como lectora, escritora y especialista en abrir caminos lectores a los demás.

Degiovanni, Fernando. Los textos de la patria
Los textos de la patria plantea que el proceso de formación del canon argentino distó de presentar un recorrido lineal en los años del Centenario. El prolongado y tenaz enfrentamiento de esto dos proyectos de interpretación del pasado sugiere que la definición de un patrimonio nacionalista escapó tanto a la autoridad de Rojas como a la esfera de acción oficial.

Bernasconi, Pablo. El diario del Capitán Arsenio (Literatura infantil)

Libro publicado en inglés por primera vez en Estados Unidos, por Houghton Mifflin (2005).
Se publicó luego en español y portugués, por editorial Sudamericana (Argentina), y Girafinha (Brasil). (2007). Este libro ganó el premio Zena Sutherland, como Mejor Libro infantil 2006, otorgado por la Universidad de Chicago. El libro es un homenaje a los pioneros de la historia de la aviación de todos los tiempos.

Timossi, Jorge. Cuentos y fábulas

¿Cómo sería el mundo, cómo cambiaría, si, de pronto, lo improbable irrumpiera y se transformara en posible? ¿Qué sucedería si nos atreviéramos a actuar o siquiera mirar nuestro entorno desde una perspectiva inusitada? “Todo lo concebible es posible, lo no concebible es nada”, cita Jorge Timossi y, desde allí, nos propone ver más allá y descubrir lo que hay detrás de lo obvio, de esa cotidianeidad que nos obnubila y ciega nuestro camino.

Celesia, Felipe; Waisberg, Pablo. La ley y las armas

El 31 de julio de 1974, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires, el diputado nacional Rodolfo Ortega Peña moría acribillado por la Alianza Anticomunista Argentina. El hecho marcaba el inicio de una violenta escalada en el accionar de la “Triple A” y ponía fin a la vida de un intelectual, abogado y político que expresaba como pocos la agitada historia argentina de esos tiempos.

La década infame y los escritores suicidas

En la larga década infame (1930-1943), la literatura puede concebirse como un mapa heterogéneo, que incluye desde creaciones de las escrituras hasta testimonios que enfrentan la situación represiva. Los ensayos que componen este libro eluden consensos fáciles y traman modos singulares de considerar la literatura argentina.

Sacheri, Eduardo. Un viejo que se pone de pie

Los catorces relatos que componen la obra retoman los temas clásicos del autor: el fútbol como excusa para sumergirse en las complejas pasiones humanas, el barrio y la infancia como motor de una nostalgia que orienta el presente, las relaciones amorosas, como válvula de escape de una rutina insatisfactoria… Fútbol, barrio, infancia y romance se entremezclan en las vidas, en apariencia pequeñas, de personajes con los que todos podemos sentirnos identificados.

viernes, 8 de enero de 2010

Vacaciones

Desde el 09 de enero hasta el 1º de febrero,
la Biblioteca permanecerá cerrada por vacaciones.